Los que matamos a Mateo

Por Jorge Conalbi

La del 15 de agosto de 2008 fue la última siesta en la canchita de Banfield para Mateo Joaquín López, el chico que falleció aplastado por el camión municipal que regaba ese campo de juego.
Antes de que llegue la hora de los especialistas... 
Antes de que los ocho años de un niño sean subidos a la balanza que cotizará en pesos una vida que no fue... 
Antes que desde un rincón u otro se abra el fuego graneado de los argumentos... 

...Quizá sea preciso levantar la vista buscando el espejo de esta sociedad cocinada a fuego lento en la cacerola del individualismo. 

Un documento periodístico excepcional será izado hasta la cúspide del mástil de la Justicia, como irrebatible prueba de fatalidad, aunque su existencia constituya en sí misma una tragedia anunciada que alimenta el añejo debate de la prensa sobre retratar o intervenir. 

Cuántos otros Mateo López –radiantes de inocencia y osadía- jugaron en el mismo lugar, a subir y bajar del vehículo que suele regar la canchita. Cuántas veces el chofer de cada jornada se cansó de insistir en que no lo hicieran, desafiado ojos vivaces y burlas infantiles. 

¿Cuántos vecinos fueron mudos testigos de la inconciencia de los hijos de los otros? 

Uno optó por retratar. El otro no fue capaz de plantar su tarea en medio del campo de juego y exigir que estuviesen dadas las necesarias condiciones de seguridad. Los demás no abandonaron sus veredas para poner a salvo a los chiquilines del barrio. 

El drama abrió la puerta de la ira: Los mismos que no se atrevieron a evitar que Mateo López jugara a las escondidas con la muerte en el estribo del camión... avivaron con culpa e impotencia ese coraje con que apedrearon el regador de un chofer desesperado. 

Acaso... 

...¿podía ser de otra manera? 

Casi no quedan rastros de aquella sociedad que se prestaba la taza de azúcar y ayudaba a empujar el auto atacado por la helada de una mañana cualquiera. 
Una sociedad que primero fue aterrorizada a sangre y fuego por la Dictadura del “no te metas”. Luego, desmovilizada por el posibilismo alfonsinista que sembró desencantos. Y después -en medio de la precarización menemista- víctima de aquel paralizante pánico a la desocupación. 
Así, Terrorismo de Estado, traición, hiperinflación e hiperdesempleo, la desintegraron para parir una jungla de individuos asustados. 

Cómo pretender ahora, entonces, que un trabajador desafíe a un Estado que persigue profesionales cuando se siente afectado por simples opiniones.

Cómo pretender ahora, entonces, que muchos vecinos actúen como padres de los otros, si se les enseñó a temerle al compromiso con los pares. 

Muchas veces, desde el fondo del dolor brotan la arena y el cemento necesarios para reedificar desde las ruinas que dejó el temporal. 
Quizá muy pronto, en Villa Oviedo, un calor grupal renazca alrededor de un hogar devastado. 
Quizá... sólo quizá, sea posible esquivar más tragedias evitables para empezar a deshelar los témpanos del individualismo y encender el fuego colectivo. 

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