Decíamos ayer

Se tramita en los Tribunales Federales de Córdoba el 2º Juicio a Luciano Benjamín Menéndez, el más terrorífico de los símbolos de la Dictadura Militar en el centro y norte de Argentina. El “Caso Albareda” –como se lo conoce- vuelve a servirle de tribuna al genocida que desde hace más de un año purga una condena de prisión perpetua en la cordobesa cárcel de Bouwer.

En 2008, escondida entre los titulares que daban cuenta del levantamiento sojero contra la resolución 125, la dimensión histórica del primer juicio al represor quedó en un segundo plano. Y este año… el cumplimiento efectivo de su prisión vuelve a minimizar la presencia del caso en los medios.

No es la única razón. El contexto también es diferente: aunque el gobierno nacional haya recuperado iniciativa política, aún sangran las heridas de la derrota electoral de junio. Y sobre ellas intenta anidar el discurso más reaccionario de los sectores opositores a la política de derechos humanos iniciada en 2003.

Probablemente a ello se deba que para este segundo juicio, Menéndez designara abogado defensor, estrategia a la que no había apelado hace un año. El otrora Jefe del Tercer Cuerpo de Ejército cree haber encontrado la oportunidad de utilizar los micrófonos judiciales para debilitar al gobierno nacional en el terreno que menos cuestionamientos recibe.

¿Una estrategia aislada?

“Cachorro”, como se conoce en Córdoba al ex general, no sólo dirá que estos jueces no tienen competencia para juzgarlo, sino que reivindicará la represión ilegal y adjudicará –como ya lo insinuó- la injerencia del poder político en los juicios por violaciones a los derechos humanos. Y volverá a poner el acento en la “victoria” obtenida en la “guerra antisubversiva”.

Decíamos ayer

Ante el actual cuadro de situación, resulta casi una confesión de parte una entrevista publicada por el diario Córdoba el 27 de marzo de 1991, días después de cumplido el 15º aniversario del golpe de 1976. Claro, eran otros los tiempos políticos: el neoliberalismo comenzaba a generar el hiperdesempleo, el país perdía una a una las riquezas acumuladas en décadas y el gobierno propiciaba las “relaciones carnales” con los Estados Unidos. El represor recibió al periodista en su casa de Bº Palermo, gozando de la libertad que le otorgaba el reciente indulto presidencial firmado por Carlos Menem.

En esa nota –en la que se autodefine como “un demócrata”- Menéndez se convierte en un militar de la dictadura que echa por tierra el argumento preferido de los dictadores: “La guerra contra la subversión comenzó en febrero de 1975, y yo le podría decir que por lo menos en mi jurisdicción –que comprendía las 10 provincias del norte- la subversión estaba militarmente derrotada antes del 24 de marzo de 1976”, reconoció el represor que por entonces se aprestaba a volver a los palcos oficiales y –como lo admitió en la misma entrevista- estudiaba la posibilidad de dedicarse a la política, tal como exitosamente lo hizo su subordinado Domingo Bussi en Tucumán.

Por supuesto, no faltaban elogios para el gobierno de Menem: “Está siguiendo el camino que corresponde, fundamentalmente en el tema económico”, analizaba por entonces.

Y si faltaba una frutilla para el postre, en esa doble página que el diario dirigido por Samuel "Chiche" Gelblung le ofrecía, el “demócrata” explicaba que la dictadura “había subido para corregir los males de la democracia (…) El Proceso ocurrió porque la democracia estaba en crisis, el partido que estaba gobernando no podía gobernar y la oposición no tenía soluciones. El objetivo del Proceso era allanar el camino a una democracia estable”, dijo sin más.

Si no fuera por la similitud con las que se escuchan por estos días, y por la tragedia hondureña, estas declaraciones de hace 18 años provocarían una lógica hilaridad. Espanta escuchar hoy esas brabuconadas de ayer, y más espanta que una parte de la sociedad esté dispuesta a repetirlas.

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